Hoy, nuevamente, Jesús trastoca nuestros esquemas personales. Es directo en su hablar y en su mensaje: “El Hijo del hombre ha venido a servir y a dar su vida”.
¿A quién no le gusta ser servido? Más aún, ¡cómo nos gusta estar bien servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia, puntualidad y pulcritud de los servicios públicos. Y, en contraste, cuántas quejas surgen cuando no somos bien atendidos.
Jesús no rechaza el deseo de grandeza, sino que redefine lo que significa ser grande en el Reino de Dios. La verdadera grandeza no está en ocupar los primeros puestos, sino en ser servidor de todos. Este es un mensaje radical, que trastoca nuestras expectativas y nuestros esquemas. El poder, en el mundo, muchas veces se entiende como la capacidad de dominar o imponer, pero para Jesús, el poder es servicio.
Este es el desafío que se nos presenta hoy: aprender a servir como lo hizo Jesús, sin buscar el reconocimiento o los aplausos, sino con humildad y amor. Ser cristiano es, en su esencia, vivir una vida entregada al servicio de los demás: en la familia, en el trabajo, y en la comunidad. No se trata de quién tiene más, sino de quién ama más; quién está dispuesto a dar más de sí mismo por los demás.
Jesús no quiere personas pasivas, sino personas en camino. Jesús no busca gente que sea número uno para ser servida y admirada, sino gente que se ponga en el último lugar para servir a los demás.
El Papa Francisco tiene frases hermosas sobre el servicio: “El poder es servicio.” “El que no vive para servir, no sirve para vivir.” “Seamos servidores unos de otros, sirvámonos unos a otros en el amor.” “El amor verdadero es concreto, está en las obras que hacemos para el otro, y en el servicio a los demás encontramos la verdadera felicidad.”
“Sirvan a los demás con amor y humildad, sin buscar recompensas, porque el mayor en el Reino de Dios es el servidor de todos», concluye el Papa.