El 5 de junio de 1841, recibe el sacerdocio de mano de monseñor Fransoni, en la iglesia arzobispal de la Beata Virgen Inmaculada, junto a otros once nuevos curas: él, “Juan Bosco” es el penúltimo de la lista. Se ha preparado al evento con ejercicios espirituales, cuya última predicación tiene como título “El sacerdote no va solo al cielo, no va solo al infierno”.
Juan Bosco, al acercarse al sacerdocio, se impone nueve propósitos, casi todos de carácter penitencial: desde los paseos solo por necesidad, a la ocupación rigurosa del tiempo, al sufrimiento por la salvación de las almas, a la moderación en el comer y beber, al mucho trabajo y poco reposo, a la oración, a la reserva en el trato con las mujeres.