“Tú también eres adicta al móvil”, le espetó una adolescente a su madre cuando esta le reprochaba su conexión constante a los nuevos dispositivos. Se suele pensar que la adicción a estos aparatos es un problema que afecta solo a los jóvenes, pero, en realidad, extiende sus redes también a los padres e incluso a los abuelos.
Se admite que muchos duermen con el teléfono encendido en su habitación y que un 75% de los adultos utiliza el teléfono en medio de una conversación. Esos vistazos distraídos al WhatsApp o a las redes sociales pueden ser el indicio de un problema, no solo entre los jóvenes, sino que atrapa cada vez a más adultos de todas las edades. ¿Qué hacer cuando la vejez nos revela esta adicción?
Dime, ¿has visto alguna vez un pájaro que haga un nido para dejarlo vacío o para instalar en él únicamente un polluelo débil y enclenque? ¡No! Solamente el ser humano ha inventado este contrasentido: la familia sin hijos.
El mundo actual, egoísta, ha trastocado el antiguo modo de sentir. Nuestro mundo moderno no quiere oír hablar de otra cosa que no sean comodidades y placeres; jamás de sacrificios. Para el mundo moderno, el niño no es una «bendición de Dios», sino una «plaga de Dios», una carga de la cual hay que librarse con todos los métodos posibles para que no estorbe los placeres de dos personas adultas.
Por este motivo, la mayoría de los esposos aceptan únicamente un hijo de las manos de Dios. ¡Solamente uno! ¡Como mucho, dos! ¡Pero por nada del mundo quieren más!
Vivimos en un mundo bombardeado por información negativa: hambre, guerras, abusos, indiferencia. Ante esta avalancha de realidades dolorosas, surge una pregunta: “¿Qué podemos hacer?” Esta pregunta no es nueva. Hace más de dos mil años, hombres y mujeres acudieron a Juan el Bautista con esa misma inquietud. La respuesta del profeta sigue siendo tan actual
La beata María Troncatti (1883-1969), enfermera misionera de las Hijas de María Auxiliadora, será proclamada santa debido a un milagro asombroso en el que la Iglesia ha constatado su intervención, y el Papa lo ha confirmado con su firma el 25 de noviembre de 2024.
Juwa Bosco trabajaba la madera con una esmeriladora de piedra. La máquina se rompió y un gran pedazo de piedra de la máquina amoladora golpeó la cabeza. Rompió el cráneo, la masa encefálica quedó a la vista, y afectó una cuarta parte del cerebro. Alguno refería que había que dejarlo morir. En su sueño, dijo, la religiosa, vestida de blanco, le aseguró que se recuperaría. De hecho, ella le prometió que a la mañana siguiente hablaría y caminaría.