Vivimos en un mundo bombardeado por información negativa: hambre, guerras, abusos, indiferencia. Ante esta avalancha de realidades dolorosas, surge una pregunta: “¿Qué podemos hacer?”
Esta pregunta no es nueva. Hace más de dos mil años, hombres y mujeres acudieron a Juan el Bautista con esa misma inquietud. La respuesta del profeta sigue siendo tan actual como radical: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. En otras palabras, compartir es la primera y más concreta expresión del amor.
El amor es el fundamento
El amor es la energía que da vida a la sociedad. Es la fuerza que genera verdad, justicia y dignidad humana. Cuando el amor se ahoga en una sociedad, esta comienza a deshumanizarse, cayendo en la mentira, la explotación y el sufrimiento.
El Papa Francisco nos enseña que compartir no solo beneficia a los demás, sino que transforma nuestras comunidades. En sus palabras: “Cuando compartimos con amor, nuestras manos abiertas pueden ser la caricia de Dios para quien más lo necesita.”
Recuperar el amor en nuestras vidas
Ante estas realidades, la respuesta no puede ser solo indignarnos o lamentarnos. El amor cristiano no se queda en palabras; se traduce en acciones concretas.
El Bautista nos ofrece una solución sencilla pero transformadora: compartir con el que no tiene. No nos pide grandes discursos ni soluciones imposibles, sino un cambio en nuestra forma de vivir: Si tienes más de lo que necesitas, reparte. Si ves hambre, ofrece pan. Si hay soledad, sé compañía.
Jesús mismo nos mostró este camino. No hizo milagros para impresionar, sino para sanar y liberar. No se limitó a señalar el pecado, sino que dio su vida para salvarnos. Así también nosotros, cada pequeño gesto de amor puede ser una chispa de vida en un mundo oscuro.
Compartir es la caricia de Dios
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