En Pentecostés, el Espíritu rompe el miedo y la cerrazón de los discípulos: puertas cerradas, corazones bloqueados, temor al diferente… Y, de pronto, irrumpe como viento fuerte y fuego, derribando muros y encendiendo corazones.
El Espíritu Santo nos impulsa a salir, a comunicar, a amar. Transforma a aquellos hombres temerosos en misioneros audaces. Su mensaje no es ideología ni imposición, sino amor entendido por todos, en todas las lenguas y culturas.
Hoy sigue actuando el Espíritu Santo, aunque sea el “Olvidado”.
“Es el Espíritu quien cambia nuestros corazones, quien nos hace verdaderamente libres”.
El Espíritu es libre, impredecible y sopla donde quiere, enseñando desde el corazón. No pide permiso, se manifiesta en lo sencillo: en un gesto de perdón, en una acogida sincera, en una decisión valiente, en una palabra.
Allí donde nace el amor verdadero, sin engaño ni cálculo, allí está el Espíritu.
Deja que el Espíritu de Jesús te oxigene por dentro, que derribe tus miedos y te llene de amor. Entonces, tú también hablarás el lenguaje que todos entienden: el del Evangelio vivido.
“El Espíritu Santo molesta – escribió el Papa Francisco –, porque nos mueve, nos hace caminar, empuja a la Iglesia a ir adelante”.