La escena del evangelio es conmovedora. Todos se marchan. Todos huyen. Solo quedan Jesús y la mujer, cara a cara, sin máscaras. Ella, humillada y vulnerable. Él, sereno, firme, pero lleno de ternura. Y entonces, esa pregunta que lo cambia todo: ¿Dónde están tus acusadores? Jesús no pregunta por curiosidad, sino para abrirle los ojos