La indiferencia: un mal profundo
La indiferencia es uno de los grandes males de nuestro tiempo, y quizá también uno de los más arraigados en el corazón humano. Está muy unida al egoísmo, que nos impulsa a vivir encerrados en nosotros mismos, a buscar únicamente nuestros deseos, a situarnos por encima de los demás y a pretender ser «lo más importante».
Esta actitud también se refleja en nuestra relación con Dios. Cada vez que lo apartamos de nuestra vida para dar prioridad a nuestros intereses o placeres, lo relegamos al olvido, como si no existiera. Si somos capaces de ser indiferentes con Él, también lo seremos con el prójimo, en especial con los más frágiles y necesitados.
La indiferencia nos adormece, nos pone una venda en los ojos, nos vuelve sordos y mudos, a veces sin que siquiera lo notemos. Lo más grave es que endurece nuestro corazón como una piedra, porque la búsqueda insaciable del «más» —más dinero, más reconocimiento, más poder, más posesiones— distorsiona la realidad y alimenta la codicia. Pero en lugar de engrandecernos, esa actitud nos hace pequeños, nos borra la verdadera identidad.
En los Evangelios no encontramos jamás a Cristo indiferente. Incluso en los momentos más duros, Él se muestra cercano, compasivo, abierto al amor y dispuesto a acoger.
El cristiano, por lo tanto, no puede ser indiferente. Si quiere dar sentido a su vida, debe hacerlo desde el amor. La entrega y el servicio son lo que nos proyecta hacia la eternidad.
Por eso, no puedo descansar tranquilo si he pensado más en mí que en los demás. No puedo vivir en paz si la humildad y la generosidad no han guiado mis acciones, si no he buscado crecer como persona y como creyente, si no he hecho del servicio y de la sencillez mis armas de cada día. La indiferencia me aleja de Cristo; pero si Él habita en mí, debo mostrarlo con cercanía al prójimo.
Oración
Orar con el corazón abierto
Señor, en los Evangelios me enseñas que nunca fuiste indiferente. Tu vida fue siempre encuentro y compasión: con los enfermos, con quienes sufrían, con los que buscaban consuelo o estaban encadenados interiormente. A todos les diste una nueva esperanza, una palabra de vida, un sentido claro para su existencia.
Te pido, Señor, que me ayudes a no caer en la indiferencia. Haz que mi vida esté marcada por obras de amor, servicio y misericordia. Que mis gestos y mis palabras reflejen el mismo amor, respeto y solidaridad que Tú mostraste a quienes encontraste en el camino.
Espíritu Santo, llena mi corazón con los pensamientos, actitudes y sentimientos de Cristo. Haz que mis ojos estén abiertos a la compasión por quienes sufren. Enséñame a ser contemplativo en la oración y comprometido en la acción.
Dame la valentía para revisar mis actos y descubrir cómo puedo colaborar en la construcción de una sociedad más humana, más justa, más cristiana y más llena de Ti. Hazme testigo vivo del Evangelio. Amén.