Fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados
“Los ancianos la veían como un ángel enviado por Dios, casi como un guardián visible; así como compartía alimento y vestido, también ofrecía consuelo, la luz de la fe y el ardor de su amor a Dios”.
— Pablo Luis Fandiño
Orígenes y formación
Teresa de Jesús Jornet e Ibars nació el 9 de enero de 1843 en Aitona, Lérida, España. Sus padres, Francisco José Jornet y Antonia Ibars, eran agricultores acomodados y profundamente cristianos. Era sobrina nieta del beato Francisco Palau y Quer (1811-1872), sacerdote carmelita que ejerció gran influencia espiritual en su vida.
De niña fue llevada por su tía Rosa Ibars a Lérida para recibir educación. Más tarde estudió magisterio y ejerció como maestra. Colaboró un tiempo en las escuelas dirigidas por su tío Francisco Palau, pero no llegó a incorporarse formalmente a su congregación. En 1868 ingresó al noviciado de las clarisas en Briviesca, aunque una enfermedad y la inestabilidad política le impidieron profesar. Tras ello, volvió a apoyar a su tío hasta su muerte en 1872.
El llamado de Dios
Un viaje a Barbastro cambiaría su vida: allí conoció al sacerdote Pedro Llacera, quien le habló del proyecto del padre Saturnino López Novoa de fundar una congregación dedicada al cuidado espiritual y material de los ancianos desamparados. Teresa sintió que esa era la misión que Dios le encomendaba y decidió entregarse por completo a ella.
En octubre de 1872 reunió a sus primeras compañeras y, tras realizar ejercicios espirituales, el 27 de enero de 1873 vistieron el hábito de las Hermanitas en Barbastro. Pese a las dificultades de la época, decidieron llevar su hábito siempre, aun en público, como signo de fidelidad y entrega.
Fundación y expansión
La obra encontró apoyo en Valencia, gracias al arzobispo y a su secretario, Mons. Francisco García y López, considerado cofundador del Instituto. La primera casa-asilo se inauguró el 11 de mayo de 1873, día de la Virgen de los Desamparados, que sería desde entonces patrona de la congregación. Pronto la caridad del pueblo permitió abrir nuevas casas y atender cada vez a más ancianos.
En 1874 trasladaron la sede a la Casa de Santa Mónica, que se convirtió en el corazón espiritual y formativo de la congregación. Allí, Teresa enseñaba a cuidar no solo el cuerpo de los ancianos, sino sobre todo su alma, acompañándolos hasta el último momento con ternura y fe.
Espíritu y enseñanza
De carácter humilde y reservado, prefería educar con el ejemplo más que con las palabras. Repetía que los ancianos pobres eran “los mayores bienhechores” y confiaba plenamente en la Providencia. Con las jóvenes aspirantes, era firme: buscaba calidad y entrega verdadera, más que cantidad.
Su lema espiritual se resumía en: “Dios en el corazón, la eternidad en la mente, y el mundo bajo los pies”. Pedía a sus hijas religiosas una vida eucarística intensa, devoción mariana, fidelidad a la Regla y caridad fraterna en el cuidado de los ancianos.
Entrega hasta el final
Pese a su frágil salud, Teresa se dedicó incansablemente a fundar nuevas casas: en diez años ya eran 88 y al morir sumaban 103. En 1885 se abrió la primera fundación en América, en La Habana. Aunque ya enferma, siguió guiando a sus Hermanitas hasta 1896, cuando fue reelegida Superiora General.
Su última enseñanza fue clara: “Cuiden con esmero a los ancianos, ámense mucho entre ustedes y observen fielmente las Constituciones. En esto está nuestra santificación”.
Santa Teresa Jornet falleció en Liria el 26 de agosto de 1897, a los 54 años. Fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974, coincidiendo con el centenario de la Congregación. Su fiesta litúrgica se celebra cada 26 de agosto.