“No tiene sentido ser el hombre más rico del cementerio”, decía con ironía Mark Twain. Y no le faltaba razón. H. Hughes, millonario murió con una fortuna de más de dos mil millones de dólares. Pero murió solo, olvidado, irreconocible. Como mueren muchos sin techo en las calles de Calcuta. Con una diferencia: los más pobres, cuando son recogidos por las Hermanas de la Madre Teresa, mueren rodeados de amor y dignidad.
Gandhi no dejó bienes, pero nos legó una riqueza espiritual que sigue inspirando generaciones. San Francisco de Asís se despojó de todo en la plaza de su ciudad para gritar al mundo que las apariencias, las riquezas, son cadenas.
Jesús nos recuerda que el éxito verdadero no se mide en ceros ni en trofeos, sino en amor, en servicio, en generosidad. Como dice el Papa León XIV: “Creer en Jesús es dejar que su mirada transforme la nuestra, para ver a cada persona como hermano.” Y como Francisco de Asís, estamos llamados a despojarnos de lo superfluo para vivir lo esencial.
Triunfar, a los ojos de Dios, no es acumular, sino amar.