Es una de las preguntas más dolorosas y humanas que podemos hacernos: “Si Dios me ama, ¿por qué no me concede lo que le pido?” Muchos oran con fe, con lágrimas, con urgencia… y no reciben lo que esperan. ¿Significa que Dios no escucha?
¿Qué no le importamos?
El Papa Francisco lo ha dicho con claridad: “Dios no es un mago que satisface todos nuestros deseos… es un Padre que discierne con sabiduría lo que es mejor para nosotros, incluso cuando no lo comprendemos de inmediato.”
Un joven rezaba con insistencia para ser admitido en una prestigiosa universidad. Lo intentó tres veces. Nada. Se sintió abandonado por Dios. Pasaron los años. Se ofreció como voluntario en una misión. Allí, entre niños sin escuela y madres sin techo, comprendió: “Lo que pedía no era malo… pero lo que Dios me dio fue mejor: me dio sentido a mi vida.”
Años después, escribió: “No fui a donde quería, pero llegué a donde Dios me esperaba.”
El Papa Benedicto XVI lo expresó así: “Dios da lo que es bueno para nosotros… incluso si no coincide con nuestros deseos inmediatos.”
La oración no es una lista de pedidos. Es un acto de confianza. Pedimos, sí, pero también nos abandonamos en Su voluntad.
Dios no es indiferente. Pero su amor es tan grande, que incluso sus silencios tienen sentido.