El dolor por la pérdida de un ser querido puede ser tan profundo que muchas familias optan por guardar sus cenizas en casa como una forma de mantener su presencia cercana. Sin embargo, la Iglesia Católica ofrece orientaciones claras sobre esta práctica.
Durante siglos, la cremación estuvo prohibida en la Iglesia, salvo en casos excepcionales, ya que se interpretaba como un rechazo a la fe en la resurrección. Con el tiempo, y ante nuevas circunstancias culturales y sanitarias, la Iglesia modificó su posición. Desde 1963, el Código de Derecho Canónico permite la cremación, siempre que no sea elegida por motivos contrarios a la fe cristiana, y recomienda conservar la costumbre de sepultar el cuerpo como signo de esperanza en la vida eterna.
La Iglesia enseña que, si se elige la cremación, las cenizas deben reposar en un lugar sagrado, como un cementerio, una iglesia o un espacio especialmente dedicado. Esto expresa la comunión entre los vivos y los difuntos, y el respeto hacia el cuerpo, considerado templo del Espíritu Santo desde el Bautismo.
Enterrar los restos de los fieles refleja la fe en la resurrección y la dignidad del cuerpo humano, motivo por el cual el entierro de los muertos forma parte de las Obras de Misericordia Corporales. De hecho, muchos templos cristianos se levantaron sobre las tumbas de mártires y santos, signo de veneración y esperanza en la vida eterna.
Por ello, la Iglesia pide que las cenizas sean guardadas con respeto en una urna digna y depositadas en un columbario, mausoleo o sepultura. No deben conservarse en el hogar ni dentro de los espacios destinados al culto litúrgico.
Finalmente, la oración por los difuntos debe acompañar siempre estas prácticas, recordando que todos somos llamados a la resurrección en Cristo, cuya victoria sobre la muerte es fuente de consuelo y esperanza para los creyentes.

