Recuerdo el testimonio de Santa Teresa de Calcuta. Un periodista, al verla entre los pobres y moribundos de Calcuta, le preguntó: “Hermana, ¿usted cree que salvará a muchos con lo que hace?”. Ella le respondió con serenidad: “Dios no me pide salvar a todos, me pide ser fiel en amar a cada persona que Él pone en mi camino”.
Ese es el secreto de la puerta angosta: no se trata de grandes números, de cálculos o de asegurarnos un puesto en el cielo.
Recuerda, la salvación se juega en lo concreto: en amar aquí y ahora, en cargar la cruz de cada día con humildad, con esperanza y con constancia.
“La salvación no es un billete que se compra – decía el Papa Francisco – es un camino que se recorre junto a Jesús, cada día”.
La puerta estrecha no está al final de la vida, está en el presente:
– cuando perdonamos, aunque cueste,
– cuando servimos en silencio,
– cuando compartimos con los más pobres,
– cuando vivimos con fe y alegría en medio de las pruebas.
No nos preguntemos entonces “¿quién se salvará?”, sino ¿cómo estoy viviendo hoy el amor que me abre la puerta angosta del Reino?
La salvación es un camino junto a Jesús
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