La Inmaculada Concepción es el dogma que afirma que María, por un don especial de Dios, fue preservada del pecado desde el primer instante de su existencia. En 2024 se cumplen 170 años desde que el papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad de fe en la bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854), donde declara que la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original por gracia divina y en vista de los méritos de Cristo.
La concepción es el inicio de la vida humana, cuando Dios infunde el alma en el nuevo ser. Desde ese momento, María fue colmada de gracia en el seno de Santa Ana. Es importante recordar que este misterio no se refiere a la concepción de Jesús, sino al modo único y puro en que María fue concebida.
El texto de Pío IX presenta este privilegio mariano como un misterio de amor divino preparado desde la eternidad. La Iglesia, a lo largo de los siglos, fue comprendiendo gradualmente esta verdad hasta declararla dogma.
En este tiempo de Adviento, volvemos nuestra mirada a María, quien vivió el primer y más auténtico adviento: supo reconocer los signos de Dios, esperó con fe y dijo un «sí» total a su voluntad. Gracias a ese sí, el Hijo eterno se hizo hombre y recibió entre nosotros el nombre de Emmanuel: Dios con nosotros.
María nos ayuda a preparar el corazón para que la Navidad no sea solo fiesta externa, sino encuentro con el Niño que viene a salvarnos. Sin la Encarnación no habría Pascua, ni cruz, ni resurrección; la Navidad inaugura el camino de nuestra redención y nos reúne como hermanos ante el Dios hecho cercano.
La Virgen Inmaculada es anticipo de lo que Dios quiere para la humanidad: pureza, plenitud, belleza y santidad. En Ella vemos realizado el proyecto divino para cada ser humano. Es como la aurora que anuncia la llegada del sol: no es el día en sí, pero lo hace posible. María, luz suave que vence la oscuridad, nos señala hacia Cristo, el verdadero Sol, el Día sin ocaso.

