El evangelio de este domingo es uno de los más hermosos, sobre todo para los que trabajamos con los jóvenes. En este encuentro se menciona, por única vez, que Jesús quería a alguien: «Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo». Este encuentro está lleno de sorpresas. ¡Sí, grandes sorpresas!
- Primera sorpresa: La pregunta
El joven corrió, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Los jóvenes de todos los tiempos corren y se arrodillan ante otros ídolos: buscan el dinero para independizarse, buscan el sexo sin compromiso, quieren triunfar sin esfuerzo, quieren ser libres sin responsabilidades.
El joven del evangelio nos sorprende porque, aparentemente, tiene sentimientos y preocupaciones más nobles.
- Segunda sorpresa: La renuncia
Jesús le dijo: «¿Ya conoces los mandamientos? Solo te falta una cosa: ¡Sígueme!»
El joven no lo siguió porque no era libre; las riquezas lo ataban y entonces renunció a seguir al Maestro. ¡Solo los libres pueden seguir a Jesús!
Quien no respeta, no sirve, no es fiel en sus relaciones, quien no ama al hermano, tampoco ama a Dios y, por lo tanto, renuncia a Jesús. Dios quiere que vivamos liberados del peso y de la mordaza de la riqueza. Él quiere que seamos más hijos suyos, más hermanos entre nosotros y más responsables de la marcha de este mundo individualista, avaricioso, egoísta y cerrado en sí mismo.
- Tercera sorpresa: La propuesta
«Él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico». No sabemos el nombre del joven, pero sí sabemos el nuestro, y hoy recibimos la misma invitación: «Ven y sígueme». Jesús nos dice: «Ven, no a hacer, sino a ser como yo: solidario, justo, fiel y servidor». Él será nuestra libertad, nuestro tesoro, nuestra vida eterna.
Los bienes materiales se heredan, se compran, pero la vida eterna, don de Dios, es un camino que hay que recorrer bajo la guía del Espíritu. «Si los jóvenes no están hambrientos de vida auténtica, ¿a dónde irá la humanidad?», dice el Papa.