La canonización de Domingo Savio tuvo lugar bajo el signo de la Inmaculada Concepción. Era el centenario de la declaración de la Inmaculada Concepción. El estandarte utilizado en esta ceremonia, la homilía del Papa Pío XII y el discurso del arzobispo de Biella, Gilla Gremigni, están todos relacionados con la Inmaculada Concepción, y no por casualidad.
El Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854 con la bula “IneffabilisDeus”. Un año y medio después, el 8 de junio de 1856, Domingo fundó, junto con otros amigos, la Compañía de la Inmaculada Concepción. Su vida se distinguió por su asiduidad a los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía y por su devoción a la Inmaculada Concepción. Esto le condujo a la santidad, demostrando que ésta no es fruto de la edad madura, sino de la gracia de Dios. Durante muchos años fue el más joven de los santos no mártires (ahora es el segundo, después de Santa Jacinta Marto, una de las videntes de Fátima, otra devota de María). Con María se puede. Recordemos la homilía del Papa Pío XII y la intervención del Arzobispo de Novara, Gilla Gremigni.
“Si las fuerzas del mal no cesan, en el curso de los siglos, sus ataques contra la obra del Divino Redentor, Dios no deja de responder a las súplicas angustiadas de sus hijos en peligro, suscitando almas ricas en dones de la naturaleza y de la gracia, que son para sus hermanos un consuelo y una ayuda. Cuando el conocimiento de las verdades saludables decae en la conciencia de los hombres, oscurecido por los encantos de los bienes terrenales, cuando el espíritu de rebelión y de orgullo suscita persecuciones sutiles o violentas contra la Iglesia, en medio de las miserias siempre presentes de las almas y de los cuerpos, la Providencia Divina llama a héroes de santidad bajo el estandarte de la Cruz de Cristo, irradiando esplendores de pureza virginal y de caridad fraterna, para atender a todas las necesidades de las almas y mantener en su integridad el fervor de la virtud cristiana. […]
Mientras los tres héroes que hemos conmemorado [Pedro Chanel, Gaspar del Búfalo, José Pignatelli y María Crucificada de Rosa] habían prodigado todas sus energías viriles en la dura lucha contra las fuerzas del mal, aparece ante nuestros ojos la imagen de Domingo Savio, un adolescente frágil, con un cuerpo débil, pero con el alma tendida en una pura oblación de sí mismo al amor soberanamente delicado y exigente de Cristo. A tan tierna edad se esperaría encontrar más bien buenas y amables disposiciones de espíritu, pero en cambio se descubren en él con asombro los maravillosos caminos de las inspiraciones de la gracia, una adhesión constante y sin reservas a las cosas del cielo, que su fe percibía con una rara intensidad. En la escuela de su Maestro espiritual, el gran santo Don Bosco, aprendió cómo la alegría de servir a Dios y hacer que los demás le amen puede convertirse en un poderoso medio de apostolado. El 8 de diciembre de 1854 lo vio elevado en un éxtasis de amor hacia la Virgen María, y poco después reunió a algunos de sus amigos en la “Compañía de la Inmaculada Concepción”, con el fin de avanzar a grandes pasos por el camino de la santidad y evitar el más mínimo pecado. Incitó a sus compañeros a la piedad, a la buena conducta, a frecuentar los Sacramentos, a rezar el Santo Rosario y a evitar el mal y la tentación. Impertérrito ante las malas acogidas y las respuestas insolentes, intervenía con firmeza, pero con caridad, para llamar al deber a los frustrados y perversos. Lleno ya en esta vida de la familiaridad y de los dones de la dulce Huésped del alma, pronto dejó la tierra para recibir, por intercesión de la Reina celestial, la recompensa de su amor filial”.
(Homilía del Papa Pío XII en la canonización de Domingo Savio)
“En el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, Domingo Savio se convierte en santo en el cielo de la Iglesia.
En 1854 Domingo, límpido y tímido, había entrado, como escribió Don Bosco, “en la casa del Oratorio”; en 1954 entró gloriosamente en las filas de los santos.
San Juan Bosco había visto y previsto santos entre sus muchachos: Domingo fue el primero y no sería el último. Con él, el más joven, florece la primavera del Oratorio Salesiano.
Y es sumamente hermoso que, después del Santo Padre, venga el muchacho de quince años para ser el primer eslabón de una estupenda cadena, que sólo se cerrará en el Cielo, el gran día del Juicio Final.
En el año de Nuestra Señora
La fiesta de la Inmaculada Concepción, aquel 8 de diciembre de 1854, había puesto a todos en el Oratorio “en una especie de agitación espiritual”. Era de esperar, porque Don Bosco siempre había pretendido la santificación de sus hijos sobre dos devociones: la de Jesús Sacramentado y la de Nuestra Señora Inmaculada. No podía haber sido más feliz en su elección; y todos los hechos lo han demostrado estupendamente.
Imaginad cómo Domingo, en el cálido nido de Valdocco, debió desvivirse por complacer a Nuestra Señora, él que llevaba la devoción mariana, por así decirlo, en la sangre.
Hay un recuerdo, que nos ha conservado Don Bosco, veintidós años después de la santa muerte de Savio. He aquí el recuerdo.
“Todavía recuerdo”, dijo a sus muchachos del Oratorio, en uno de sus pequeños sermones, «como si fuera ahora, aquel rostro alegre y angelical de Savio Domingo, ¡tan dócil, tan bueno! Vino ante mí, la víspera de la novena de la Inmaculada Concepción, y mantuvo conmigo un diálogo que está escrito en su Vida, pero más brevemente. Ese diálogo fue muy largo. Me dijo
– Sé que la Virgen concede grandes gracias a los que hacen bien sus novenas.
– ¿Y qué quieres hacer por la Virgen en esta novena?
– Me gustaría hacer muchas cosas.
– ¿Y cuáles serían?
– En primer lugar, quiero hacer una confesión general de mi vida, para tener mi alma bien preparada. Luego quiero asegurarme de que realizo exactamente las Florecillas que se darán de noche en noche para cada día de la novena. Además, me gustaría regularme para poder comulgar cada mañana.
– ¿Tienes algo más?
– Sí, todavía tengo algunas cosas.
– ¿Y de qué se trata?
– Quiero librar una guerra mortal contra el pecado mortal.
– ¿Y qué más?
– Quiero rezar tanto y tanto a María Santísima y al Señor para que me dejen morir antes que dejarme caer en un pecado venial contra el pudor…
Entonces me dio una nota -concluyó Don Bosco- en la que estaban escritas estas intenciones suyas. Y cumplió su promesa, porque María Santísima le ayudaba’.
Cuando Domingo hablaba así, tenía doce años, digo doce, y ya era santo, porque quien tiene un alma pura, quien sirve a la Virgen, quien comulga cada mañana, quien hace la guerra al pecado mortal y prefiere la muerte a cometer un pecado venial, ya está tan unido al Señor Dios que merece ser trasplantado en cualquier momento al Paraíso.
Y pienso: ¿dónde hay hoy más jóvenes de tal delicadeza de conciencia?… Rarinantesingurgitevasto… En verdad, son raros, más raros que los pobres náufragos del poeta latino, entre un número exterminado de otros, que están suspendidos hasta la muerte sobre el abismo, si es que no han caído ya infelizmente en él.
Así pues, que la dulce figura del joven, cultivada por San Juan Bosco como una delicada flor blanca, venga a recordar y a salvar a tanta juventud en peligro o perdida; que devuelva alas de esperanza a este mundo desesperado, que marque un renacimiento de la vida cristiana, para que el santo amor y el santo temor de Dios vuelvan a honrar a nuestras familias.
“Domingo Savio da una nueva confirmación suave de las grandes palabras de Cristo: ‘Te doy gracias, oh Padre, porque has ocultado estas cosas a los soberbios y se las has revelado a los niños’.
¿Cuándo comprenderán los hombres que la paz del alma y la armonía de los pueblos están condicionadas a un esfuerzo constante de pureza de corazón, porque sólo a los puros de corazón se revela Dios? Y, al mismo tiempo, ¿por qué no recuerdan, los grandes, que la verdadera riqueza de la vida es mantenerse en gracia de Dios; por qué no despiertan en los corazones la resolución de este santo joven, que, a los siete años, entre los recuerdos de su Primera Comunión, escribió resuelta y valientemente: ‘Muerte, pero no pecados’.
En esta máxima está todo el secreto de esta gran santidad juvenil, está el ancla de la salvación, lanzada a nuestro mundo distraído y corrompido, en el año de Nuestra Señora.
Si, pues, esa intención, jóvenes y ancianos apoyarán con la Comunión frecuente e incluso diaria -como quería, decía y exhortaba el nuevo y purísimo santo Pío X-, ¿cómo no vamos a abrir nuestras almas al advenimiento de una decisiva y estable renovación cristiana de las familias y de la sociedad?
Me parece que desde el Cielo el Papa X presenta hoy, con la dulzura de sus grandes ojos luminosos, al pequeño Domingo Savio en la estupenda gloria de una custodia viva de Cristo”.
(† Gilla Vincenzo Gremigni, Arzobispo de Novara, 1958-1963)