En el corazón de cada ser humano está inscrita una necesidad profunda de buscar. Somos buscadores por naturaleza: buscamos sentido, propósito, amor, felicidad, y, aunque a veces no lo comprendamos plenamente, estamos buscando a Dios.
El anhelo humano de búsqueda
Nos levantamos cada día con preguntas que nos inquietan: ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué debo hacer con mi vida? Estas son preguntas universales, que tocan el núcleo mismo de nuestra existencia. ¿No sucede con muchos jóvenes que, en medio de sus estudios y logros, sienten un vacío interior? Tienen éxito, pero les falta algo. En su búsqueda, prueban diversas filosofías, estilos de vida. Pero al final, descubren que todo eso no llena su corazón.
Somos buscadores
Dios mismo es quien pone en nosotros ese deseo de buscarlo. Él nos atrae, nos llama constantemente. Y aunque nuestras búsquedas a veces nos lleven por caminos confusos o erróneos, Dios nunca deja de mostrarnos señales. Un ejemplo conmovedor de esta búsqueda lo encontramos en San Agustín. Cuando encontró a Cristo pudo exclamar: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
El peligro es buscar en el lugar equivocado
No toda búsqueda nos lleva a Cristo, buscamos en los lugares equivocados: en el poder, el egoísmo, o la ambición. Esta actitud nos invita a reflexionar: ¿buscamos a Cristo con sinceridad, o permitimos que nuestras inseguridades nos alejen de Él? Muchos de nosotros buscamos sentido en las redes sociales, esperando que esos “likes” llenen el corazón. Pero al final, esas búsquedas solo dejan más vacío, porque la verdadera plenitud solo se encuentra en Cristo.
«La búsqueda de la felicidad es algo común en todas las personas – dice el Papa – de todos los tiempos y edades», ya que Dios ha puesto en el corazón humano un «deseo irreprimible de la felicidad, de la plenitud».