Cuando Kristina Zamaryte-Sakaviciene dio a luz a su quinto hijo, la enfermera que pesaba al recién nacido le preguntó cuántos hijos tenía. “Cinco”, respondió ella con una sonrisa. La profesional frunció el ceño y comentó: “Bueno, espero que entonces no vuelva por aquí”. Sin embargo, Kristina regresó para el nacimiento de su sexto hijo. Aquel episodio se transformó para ella en un gesto sereno de resistencia: una afirmación gozosa de la vida familiar en una cultura contemporánea que, con frecuencia, observa a las familias numerosas no solo con asombro, sino con desconfianza abierta.
Hoy, esa madre de seis hijos ocupa uno de los cargos jurídicos más relevantes de su país: es viceministra de Justicia de Lituania. Su designación ha sido recibida con reconocimiento tanto por referentes civiles como por la comunidad católica, que destacan su firme orientación moral y su empeño en situar a la familia en el corazón de las políticas públicas.
Fe y servicio público
Zamaryte-Sakaviciene se incorporó al Ministerio de Justicia a comienzos de octubre de 2025, bajo la dirección de la ministra Rita Tamašuniene. Su ámbito de responsabilidad abarca el derecho civil, procesal y administrativo, la mediación, la política forense y el fortalecimiento del sistema jurídico nacional.
Aceptó el encargo —explica— con una “alegría serena”, consciente de que representaba a la vez un logro profesional y una llamada personal. Aunque nunca ambicionó ocupar un alto puesto, siempre se sintió impulsada por el deseo de “servir eficazmente al bien común y proteger los derechos humanos fundamentales”.
Abogada y especialista en ética, inició su trayectoria en 2006 como asesora del Comité de Asuntos de Salud del Parlamento lituano. Más tarde fue inspectora de buenas prácticas clínicas en el Servicio Estatal de Control de Medicamentos, dirigió el Instituto de Ética y Derecho Biomédico y estuvo al frente del Instituto de la Sociedad Libre, una organización que promueve principios inspirados en la doctrina social de la Iglesia.
Para ella, la fe y la ley no se contraponen, sino que se complementan en la búsqueda de la verdad. “La justicia no pertenece a ninguna confesión”, sostiene. “Los derechos humanos, en su esencia, son exigencias de justicia: que a cada persona se le otorgue lo que le corresponde según su naturaleza humana”.
Reconocimientos y tensiones
Su llegada a un puesto de liderazgo nacional no pasó inadvertida. El cardenal Sigitas Tamkevicius, antiguo preso político durante el régimen soviético, destacó su “posición cristiana clara sobre la vida, la familia y la sexualidad”, y la señaló como un ejemplo alentador para los laicos católicos y para todos los hombres y mujeres de buena voluntad llamados a defender valores permanentes en la Lituania actual.
También el arzobispo de Kaunas, Kestutis Kevalas, respaldó su nombramiento, subrayando que en una democracia nadie debería ser desacreditado o excluido del servicio público por sus convicciones morales o religiosas. La discriminación hacia los creyentes —advirtió— debilita los fundamentos mismos del sistema democrático.
No obstante, su visión del mundo, especialmente su defensa explícita de la vida y la familia, la sitúa en tensión con una cultura crecientemente marcada por el individualismo. En el debate público, cuestiona con frecuencia ciertos supuestos del feminismo contemporáneo y la noción dominante de empoderamiento femenino.
“El feminismo prometió liberación”, afirma, “pero a muchas mujeres las condujo por caminos equivocados en la búsqueda de la felicidad”. A su juicio, el énfasis desmedido en la carrera profesional y el estatus ha terminado por desvalorizar la maternidad y diluir el sentido profundo de la feminidad.
Este enfoque, sostiene, genera una pesada carga emocional: mujeres que se sienten culpables tanto si interrumpen su carrera al ser madres como si postergan demasiado la maternidad. Recuperar el respeto por esta vocación implica reconocer su valor insustituible para la familia y la sociedad.
El niño en el centro
En el núcleo de su pensamiento se encuentra una concepción de la justicia centrada en el niño. “Las decisiones del Estado deben evaluarse a la luz del interés superior del menor”, explica, especialmente en cuestiones como la política familiar, la reproducción asistida y el aborto.
Defiende que la vida humana comienza en la concepción y subraya que los niños nunca deben ser considerados objetos de deseo o conveniencia adulta. En relación con la fecundación in vitro, le preocupa una mentalidad que exige que los hijos se acomoden a las decisiones de los mayores. La manipulación creciente de embriones —advierte— responde a cambios culturales que colocan los intereses adultos por encima del derecho del concebido a nacer y vivir.
Insiste en que esta postura no se basa en argumentos religiosos, sino en criterios de justicia: los embriones humanos no pueden ser tratados como cosas. El Estado, afirma, debe proteger a la familia natural no por imposición confesional, sino por respeto a la ley natural.
La maternidad, escuela esencial
Omnes conversó también con Virginija Krasauskiene, docente de Panevežys, quien experimentó estas tensiones al ser despedida tras el nacimiento de su tercera hija. Según relata, en Lituania muchas madres son vistas como prescindibles y las familias numerosas como poco instruidas o extremistas. Su testimonio pone de relieve la necesidad de un mayor reconocimiento social.
Preguntada por la influencia de su maternidad en su labor pública, Zamaryte-Sakaviciene responde sin titubeos: “Ser madre es la mejor escuela de vida”. La experiencia, dice, le ha revelado virtudes y límites y le ha enseñado a crecer interiormente. “Las madres no necesitan buscar el sentido de la vida: lo sostienen en brazos cada día”.
A su juicio, esta es una verdad olvidada por una cultura obsesionada con el éxito profesional y el reconocimiento social. “Nada —ni inventos, ni leyes, ni descubrimientos— se compara con el milagro de cuidar una nueva vida humana”, reflexiona. “Al final, ¿no es por las personas que existen la economía, la ciencia y la política?”.
Convicción y coherencia
Zamaryte-Sakaviciene destaca también el apoyo de su esposo, abogado en ejercicio, con quien comparte la crianza y las responsabilidades familiares. Esa colaboración mutua —explica— hace posible conciliar la vida familiar con el compromiso cívico, demostrando que ambas vocaciones pueden armonizarse cuando hay respeto y objetivos comunes.
Aunque reconoce que participar en política desde la fe no es sencillo, confía en que la verdad moral no necesita imponerse. “La verdad se defiende sola; basta con ser su testigo”, afirma.
A los jóvenes católicos interesados en el servicio público les deja un mensaje claro: no renunciar a sus convicciones, incluso si eso parece cerrar oportunidades. “Cuando una puerta se cierra, se abren caminos inesperados. La vida se vuelve más sencilla cuando uno no esconde lo que cree”.
Convencida de que la regeneración moral de Europa pasa por redescubrir la dignidad humana como algo inherente y no otorgado por el Estado, Zamaryte-Sakaviciene inicia su labor con una certeza firme: construir una sociedad justa exige un compromiso constante de gobernantes y ciudadanos. En un contexto donde la fe suele percibirse como una desventaja, su figura recuerda que la convicción puede ir de la mano de la compasión y que el corazón de una madre también puede orientar las leyes de una nación.

