Margarita Occhiena nació el 1 de abril de 1788 en Capriglio, en la provincia de Asti, al norte de Italia. Contrajo matrimonio con Francisco Bosco el 6 de junio de 1812 y se estableció con él en I Becchi. Tras la muerte temprana de su esposo en 1817, Margarita quedó viuda a los 29 años y asumió sola la responsabilidad de sostener a su familia en medio de una dura época de escasez. Atendió a la madre de Francisco y a su hijo Antonio, al mismo tiempo que educó a sus propios hijos, José y Juan, quien más tarde sería sacerdote y fundador de la Congregación Salesiana.
Fue una mujer de carácter firme, convicciones claras y fe profunda. Llevó una vida sencilla y austera, y puso especial empeño en la formación humana y cristiana de sus hijos. Crió a tres muchachos de temperamentos muy distintos y, en más de una ocasión, tuvo que tomar decisiones difíciles, como permitir que el más pequeño, Juan, dejara el hogar para preservar la armonía familiar y brindarle la oportunidad de continuar sus estudios.
En 1848, acompañó con ternura y determinación a su hijo Juan en su camino vocacional. A los 58 años, dejó la tranquilidad de su hogar en I Becchi para seguirlo en su misión entre los jóvenes pobres y abandonados de Turín. Durante una década, madre e hijo compartieron la vida y el trabajo en los inicios de la obra salesiana. Margarita se convirtió en la primera y principal colaboradora de Don Bosco, aportando con su presencia maternal y su caridad concreta el espíritu que inspiraría el Sistema Preventivo.
Sin proponérselo, llegó a ser reconocida como “cofundadora” de la Familia Salesiana, colaborando en la formación de jóvenes santos como Domingo Savio y Miguel Rúa. Aunque no sabía leer ni escribir, poseía una sabiduría nacida de la fe y de la experiencia, que la llevó a entregarse generosamente al cuidado de muchos niños de la calle, desamparados y sin hogar. Para ella, Dios ocupaba siempre el primer lugar, y por Él gastó su vida en la pobreza, la oración y el sacrificio.
Falleció en Turín el 25 de noviembre de 1856, a los 68 años. Una multitud de muchachos, que la lloraban como a una verdadera madre, acompañó su cuerpo hasta el cementerio.
El 23 de octubre de 2006, el papa Benedicto XVI declaró oficialmente que constaba el ejercicio heroico de las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad— así como de las virtudes cardinales —prudencia, justicia y templanza— en la vida de la Sierva de Dios Margarita Occhiena, viuda de Bosco. Con este reconocimiento fue proclamada Venerable, y continúa el proceso de beatificación de la madre de Don Bosco.
El decreto que reconoce la heroicidad de sus virtudes destaca que Margarita fue una mujer fuerte y prudente, justa y firme en sus decisiones, que vivió con sobriedad y equilibrio. En la educación de sus hijos supo unir exigencia, ternura y sentido común, ayudando a crecer a cada uno según su carácter, sin comparaciones ni desvalorizaciones.
Aunque debió afrontar decisiones dolorosas —como la separación temporal del hijo menor para salvaguardar la paz familiar y favorecer su formación—, acompañó siempre a sus hijos con fe y esperanza, alentando su generosidad y su iniciativa. Siguió a Juan en su camino sacerdotal y, más tarde, dejó su hogar para compartir su misión entre los jóvenes más pobres de Turín, dedicando los últimos diez años de su vida plenamente a la obra naciente de Don Bosco.
Analfabeta, pero enriquecida por la sabiduría que brota de lo alto, se convirtió en apoyo y consuelo de muchos muchachos sin familia. Puso a Dios en el centro de su existencia, entregándose con sencillez a una vida marcada por la pobreza, la oración y el sacrificio.
En síntesis, la acción de la gracia y la vivencia constante de las virtudes hicieron de Margarita Occhiena una madre de extraordinaria fortaleza, una educadora sabia y una consejera fundamental del carisma salesiano en sus orígenes. Mujer humilde y discreta, forma parte de esa auténtica aristocracia espiritual de madres santas que viven en continua unión con Dios, sostenidas por una oración sencilla, silenciosa y perseverante.

