La historia del ejecutivo y el café pendiente
En Lima, una ciudad de tráfico imposible, ritmo acelerado, semáforos eternos y ascensores llenos de silencios cómodos, vivía un ejecutivo llamado Rafael. Trabajaba en una empresa de tecnología y dirigía un equipo exigente, siempre presionado por resultados, reuniones y correos sin fin. Su hijo Tomás, estudiante universitario, vivía con él, pero las conversaciones entre ambos eran más escasas que las cenas en casa. También su esposa Clara, profesional de la salud, cargaba con su propio agotamiento emocional.
Una noche de Jueves Santo, Rafael aceptó el pedido que su anciana madre le hizo, la llevó a la parroquia del barrio en su camioneta de lunas polarizadas. No era algo que solía hacer porque siempre aprovechaba el feriado largo para alejarse de la cuidad saliendo de viaje con otras familias amigas.
Esa noche, el sacerdote, luego de proclamar el Evangelio, bajó del altar, se ciñó una toalla y comenzó a lavar los pies a doce personas de la comunidad: un taxista, una recepcionista, una enfermera, un adulto mayor, un joven con discapacidad… todos distintos, todos con una historia.
Lo que más lo conmovió fue una niña de siete años que le preguntó a su madre al oído:
— Mamá, ¿por qué lava los pies si él es el padre?
Y la madre le respondió:
— Porque Jesús fue el primero en enseñar que el que ama, sirve y el que sirve, transforma.
Esa noche Rafael no durmió bien. Se acordó de las veces que, por atender llamadas de su jefe, fue cortante con su hijo Tomás, de cómo pasaba los días sin preguntarle a su esposa Clara cómo se sentía. Pensó también en Carolina, la practicante nueva de su oficina, a quien todos ignoraban por ser «la nueva». Pensó en José, el vigilante del edificio, con quien nunca cruzaba una palabra.
A la mañana siguiente, llegó más temprano a la oficina. Llevaba una bandeja con cafés y pastelillos. Uno por uno, fue a cada escritorio. Agradeció el trabajo silencioso, el esfuerzo no visto. Cuando llegó a Carolina, le dijo:
«Gracias por tu actitud de aprender. Me recuerdas que todos empezamos desde abajo.»
Luego, antes de irse, bajó al puesto de seguridad, se quitó los audífonos y se sentó un momento:
— José, nunca te agradecí por cuidar este lugar. Este café es para ti.
Esa noche, en casa, preparó la cena. Clara llegó sorprendida. Tomás lo ayudó sin preguntar. Y cuando todos se sentaron, Esteban los miró y dijo:
«Perdónenme por estar, pero no estar. Quiero volver a empezar.»
Reflexión
Jesús, en el Jueves Santo, no dio un discurso, no dictó normas, no alzó la voz. Se quitó el manto, se ciñó la toalla y se arrodilló. El Rey se hizo siervo. No por debilidad, sino por amor que desarma.
Lavó los pies sucios de los que lo abandonarían. No eligió a los perfectos, sino a personas débiles como tú, como yo. Porque para Dios, servir es amar, y amar es más que restaurar, es «hacer todo nuevo».
Acciones concretas para hoy:
En el matrimonio: Arrodíllate interiormente. Pregúntale a tu esposo o esposa: ¿Cómo estás realmente? ¿En qué puedo ayudarte hoy? A veces, una palabra tierna, un acto sencillo, rompe años de distancia.
En el trabajo: Sé tú quien rompa la rutina de la indiferencia. Agradece al compañero que casi nunca es notado. Ofrece ayuda sin esperar retribución. Escucha con atención. El gesto más pequeño puede cambiar mucho y para bien en la situación personal que viven quienes te rodean.
Jesús no lavó pies para que lo aplaudieran, sino para que lo imitaran.
Hoy, ¿a quién puedes lavar los pies con tu humildad, tu perdón o tu servicio?. No esperes a que te lo pidan. Que sea tu regalo de amor… como lo hizo Cristo, tu salvador.