Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada, un día especial para honrar a María, nuestra Madre, quien se define como «la esclava del Señor». María es conocida por su relación única con Dios, una relación total y pura que la hace «llena de gracia». En esta solemnidad, reflexionemos sobre los nombres que llevamos. Todos tenemos tres nombres:
1. El primero, el que nos dan nuestros padres al nacer. A María le pusieron un nombre común para su tiempo, pero lleno de significado.
2. El segundo, el que nos da la sociedad. A María la conocían como la esposa de José o la madre de Jesús.
3. El tercero, el más importante, el que nos pone Dios. Para María, ese nombre es «llena de gracia».
Este tercer nombre es el que revela quién somos realmente ante Dios. Es nuestra relación más profunda, aquella para la que fuimos creados.
María nos muestra que lo esencial en la vida es nuestra relación con Dios, una relación que debe ser total y fundamental. Ella vivió su virginidad en el sentido más pleno: su corazón y su vida pertenecían completamente a Dios.
¿Cuál es el nombre con el que Dios me llama? ¿Estoy viviendo mi relación con Él de manera total? El Papa nos dice: «Celebrar esta fiesta implica dos cosas: acoger plenamente a Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida; y transformarse a su vez en artífices de misericordia a través de un auténtico camino evangélico.»
La fiesta de la Inmaculada nos recuerda que estamos llamados a vivir en pureza de corazón, confiando plenamente en el plan de Dios para nosotros. Sigamos el ejemplo de María, quien nos enseña a vivir con fidelidad y entrega, siempre disponibles para el Señor.
Que, como ella, descubramos nuestro verdadero nombre, el que Dios nos da, y vivamos siendo «alabanza de su gloria».
Llamados a vivir en pureza de corazón
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