¡Dulcísimo Jesús!
¡Redentor del género humano!
Míranos humildemente
postrados delante de tu altar;
tuyos somos y tuyos queremos ser;
y a fin de vivir
más estrechamente unidos a Ti,
todos y cada uno
espontáneamente nos consagramos
en este día a tu Sacratísimo Corazón.
Señor, sé Rey,
no solo de los hijos fieles
que jamás se han alejado de Ti,
sino también de los pródigos
que te han abandonado;
haz que vuelvan pronto.
Concede, ¡oh, Señor!,
libertad segura a tu Iglesia;
otorga a todos los pueblos
la tranquilidad en el orden,
haz que del uno al otro confín
de la tierra
no resuene sino esta voz:
¡Alabado sea el Corazón divino,
causa de nuestra salud!
A Él entonen cánticos de honor
y de gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.»