Redactado por: Revista Misión
“Tú también eres adicta al móvil”, le espetó una adolescente a su madre cuando esta le reprochaba su conexión constante a los nuevos dispositivos. Se suele pensar que el enganche a estos aparatos es un problema que afecta sólo a los jóvenes, pero en realidad extiende sus redes a los padres, e incluso a los abuelos.
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Lucía es una madre con tres hijos, dos de ellos adolescentes, que leía con horror las noticias relacionadas con la adicción al móvil. “Me asustaba comprobar cómo todo lo que decían los expertos lo tenía yo misma en casa”, recuerda. Sus luchas por combatir lo que ella comenzó a percibir como una auténtica adicción al móvil en sus hijos empezó a enrarecer las relaciones en su hogar. “No servían de mucho las reprimendas, hasta que un día mi hija mayor me dijo: ‘Tú también eres adicta al móvil’. Entonces entendí que yo misma formaba parte del problema y que cada vez que chateaba con otras personas estaba dejando de lado a mis propios hijos”, reconoce.
Adultos atrapados
Lucía admite que formaba parte de ese 66 % de la población en España que duerme con el teléfono encendido en su habitación; y también de ese 75 % de adultos que utiliza el teléfono móvil en medio de una conversación con sus amigos o en familia. Esos vistazos distraídos al WhatsApp o las redes sociales pueden ser el indicio de un problema, no sólo entre los jóvenes, sino que atrapa a cada vez más adultos de todas las edades.
Mayores “enganchados”
“Es cierto que si miras las estadísticas del deterioro de la salud mental en España, los daños relacionados con la hiperconexión son mayores entre los menores y entre los jóvenes, pero afecta a toda la población”, afirma Diego Hidalgo, autor de Anestesiados y de Retomar el control. En su opinión, “el hecho relevante es que hay mucho impacto psicológico a todas las edades”. Si esto se une a que los niños reproducen lo que ven en sus padres, “nos encontramos no con dos problemas distintos, sino con dos versiones de un mismo problema”.
“El 66 % de la población en España duerme con el teléfono encendido en su habitación”
Si en los adolescentes uno de los mayores indicadores del abuso de los dispositivos es la multiplicación de las autolesiones, “en los mayores es la ansiedad”, cuenta Hidalgo. En las personas ancianas se ve un drama de fondo: buscan “amortiguar la soledad no deseada”. “Hay mayores que están más solos y que encuentran en las redes sociales personas con las que conectan emocionalmente, pero que a veces no son quienes dicen ser, y eso en ocasiones tiene desagradables consecuencias económicas y emocionales que afectan a toda su familia”, relata a Misión Marian García, directora del centro psicológico Orbium.
Por su parte, Pepa Setién, durante muchos años coordinadora de Pastoral de la Salud en la zona norte de Madrid, señala que “en nuestros parques hay un mayor con la mirada perdida, y una persona a su lado sumergida en el teléfono. ¿Por qué no le hablan? Lo veo incluso en los profesionales de los hospitales, y es muy doloroso”, lamenta.
Recuperar el control
Diego Hidalgo es consciente de la dificultad de pasarse a un teléfono sin conexión a internet, pero insiste en que la clave para recuperar el control pasa por poner barreras firmes entre la tecnología y nosotros. Así, “en casa es fundamental establecer zonas OFF, especialmente en los dormitorios”. También es preciso “levantar barreras temporales, estableciendo límites de tiempo a su uso; y situacionales, como dejarlo fuera de las comidas”. Hidalgo predica con el ejemplo utilizando un teléfono sin acceso a datos ni a wifi, un dispositivo que sirve sólo para llamadas. “A la gente le choca, pero para mí es fundamental para mantenerme libre”, concluye.