Las bodas en Caná nos presentan un momento de celebración y alegría, pero también de crisis: ¡el vino se ha acabado! María, con su mirada atenta y su fe inquebrantable, nos enseña dos grandes lecciones: reconocer la necesidad y confiar plenamente en Jesús.
Reconocer las necesidades
«La Virgen es atenta a nuestras necesidades y problemas –escribe el Papa Francisco–. Ella no se queda indiferente. Nos dice hoy, como a los sirvientes en Caná: ‘Hagan todo lo que Él les diga’.”
Cuando María dice: «No tienen vino», está mostrando su sensibilidad hacia las dificultades de los demás. Ella no es indiferente; ve el problema y actúa. Y su consejo a los sirvientes es clave: «Hagan todo lo que Él les diga».
Este momento nos invita a preguntarnos: ¿qué hacemos cuando se acaba el «vino» en nuestra vida? Ese vino puede ser nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestra paciencia o incluso nuestra fe. Ellos obedecen a Jesús. Así también nosotros debemos ser dóciles a lo que Jesús nos pide.
Confiar plenamente en Jesús
Jesús no solo resuelve el problema de la falta de vino, sino que ofrece el mejor vino, lo guarda para el final. Este signo es un mensaje claro: cuando dejamos que Jesús actúe en nuestra vida, Él transforma lo ordinario —como el agua— en algo extraordinario —como el vino—.
Jesús nos invita a confiar y a llenarnos de su vino nuevo: el vino de su amor, de su perdón, de su presencia viva. «En Caná –repite el Santo Padre– Jesús no solo transforma el agua en vino, sino que nos invita a dejar que Él transforme nuestra vida ordinaria en algo extraordinario, lleno de su gracia.»
Recordemos siempre que en cada Eucaristía se renueva este signo de Caná. Jesús nos ofrece su mejor vino: su Cuerpo y su Sangre, el alimento que nos transforma y nos fortalece para ser testigos de su gloria.